Había algo más, dijo el amo. Ya no eran esclavos; en cambio, eran sus aprendices. Por ley, trabajarían para él durante seis años. No podían irse. Cuando saliera el sol, Rachel y todos los demás volverían a salir para terminar de plantar. Se ocuparían de la caña hasta la siguiente cosecha, y la siguiente. Seis años en los que debían cortar y plantar y volver a cortar.
La libertad era solo otro nombre para la vida que habían vivido siempre.