Y así Gillian y yo estábamos sentados en la cocina, ella enfrascada en el crucigrama y yo comiendo mi bocadillo de huevo frito, cuando oímos que abrían la puerta o, mejor dicho, la cerraban, pues la habíamos dejado descuidadamente abierta, y oímos que primero la cerraban con llave y entonces la abrían de nuevo, maniobra en cuyo transcurso mi hermana y yo nos limitamos a mirarnos sin decir nada, pues sabíamos por instinto quién estaba abriendo la puerta.