Lia Belikov

Adam podía ser un egocéntrico, presumido, idiota, narcisista y engreído, pero nunca sería un ladrón.

¿Por qué siempre me pedía tranquilizarme justo cuando estaba más desquiciada?

Lo que más temía era que, si él era un edificio a punto de colisionar, no sabía si yo estaría preparada para salirme justo a tiempo antes de que todo se viniera abajo

¿Cómo puede gustarte alguien ignorando su lado dañado? No puedes. Lo aceptas, lo ayudas y lo vives con él. Y ese día, más que nunca, quería conocer cada uno de sus lados.

Odiaba y amaba cuando se refería a mí como parte de su propiedad.

En ningún momento, él dejó de verte en cada movimiento que hacías. Escuchó atentamente las palabras que decías durante la cena y no se perdió de ver cuando un mechón de cabello caía por tu rostro. Tienes a un chico muy devoto por ti, muy enamorado.

—Por favor, Adam, detente. Si no querías lastimarme, lo estás haciendo ahora.

—¿Te estoy lastimando? ¿Cómo? Dime para darme patadas y no hacerlo nuevamente.

«De haber sabido que te perdería, te hubiera besado con más fuerza esta mañana. Habría hecho eterno cada beso».

En vez de hablarlo, decidiste por los dos y te largaste sin importarte mis sentimientos.

Sé que mereces algo mucho mejor, pero me di cuenta de que te necesito y de que quiero ser ese alguien que te merezcas.