Jordi Massó Castilla

que tienen en común los dos nombres, Auschwitz e Hiroshima, es un franqueamiento de los límites: no de los límites de la moral, ni de la política, ni de la humanidad —en el sentido del sentimiento de la dignidad de los hombres—, sino de los límites de la existencia y del mundo en donde esta existe, es decir, en donde la existencia puede atreverse a esbozar, a iniciar, el sentido»3.

ha perdido el sentido del mundo, es porque éste ha dejado de sentirse, de experimentarse. Se ha perdido el sentido que es el mundo para, en su lugar, rodearse de incesantes significaciones insatisfactorias, de fines que obligan a dirigir la mirada permanentemente hacia el futuro, pues es ahí, en el porvenir, en donde supuestamente lograrán alcanzarse. De ahí que el olvido del mundo sea también un olvido del sentido del presente, del sentido que es el presente.

La humanidad ha perdido el sentido del mundo.

igualmente presagiaba otro olvido: no el que seremos, sino el que somos.

un cuidado del cuerpo, es decir, por atender a los límites más allá de los cuales encuentro al otro, a los demás seres vivos, a la naturaleza, con los que comparto la fragilidad de una piel siempre expuesta a lo que viene de fuera y que la puede dañar, pero también proteger

Cuidar la frágil piel del mundo pasa, pues, por cultivar la propia sensibilidad

sensibilidad actúa; moviliza el pensamiento, es incluso su movilidad, su impulso, su pulsión

que necesitamos es una ética del mundo», sugiere en otro lugar. Es decir, un nuevo modo de morar el mundo, de comportarse en y con él

. Y, puesto que el «mundo» no es sino el conjunto de relaciones que establecen los vivientes que lo componen, reencontrar aquel sentir perdido exige insoslayablemente fomentar y reforzar los «afectos colectivos» que conforman el presente.

De ahí que la «catástrofe» de nuestro tiempo deba servirnos para pensar en cómo se produce en esta época la proximidad con los otros, en cómo somos-con los demás.