Scarlett St. Clair

Vive entre los dos mundos —dijo—. Pero no nos dejes para siempre: a mi gente, a tu gente… a mí.

a que sus ojos no paraban de desviarse hacia los narcisos colocados en un fino jarrón sobre la mesa. No había muchos, solo dos o tres, y los pétalos estaban definidos, marchitos y curvados como los dedos de un cadáver.

Perséfone estaba sentada al sol.

y por alguna razón no quería arrepentirse.

—Trabajo con él, Hades —dijo ella—. Además, no puedes darme órdenes.

—No te es

estoy dando una orden, te lo estoy

—Oh, cariño. No sabes de lo que soy capaz. Y luego desapareció.

—No puedo ni imaginarme lo que se siente —dijo Lexa distraídamente—. Existir sin saber realmente quién eres.

trato que Hades le había impuesto le había recordado el sentimiento de no pertenecer a ningún mundo.

Perséfone no estaba segura de qué esperaba de los Campos Asfódelos, pero siempre había pensado en la muerte como una especie de existencia sin sentido, un tiempo en el que las almas deambulaban sin rumbo, sin ningún propósito. Sin embargo, en el fondo de ese barranco había vida.