Fedor Dostoievski

El cielo estaba tan estrellado, estaba tan claro que, al mirarlo, involuntariamente uno tenía que preguntarse: ¿Será posible que bajo este cielo pueda vivir gente con todo tipo de caprichos y enfados?

De repente, me pareció que todos me abandonaban, a mí, que soy un solitario, y que todos me daban la espalda.

Me dio miedo quedarme solo

no había ni una sola persona de las que acostumbraba a ver el resto del año en esos mismos lugares a una hora determinada

Hace poco, después de dos días sin habernos visto, al encontrarnos el tercero ya íbamos a llevarnos la mano al sombrero, pero afortunadamente recapacitamos a tiempo, bajamos la mano y, con simpatía, pasamos el uno junto al otro

«Por poco no salgo ardiendo, me asusté»

mi corazón se alegraba cuando tenía ocasión de pasar junto a ella

parecía que todo se ponía en pie y se marchaba

Estaba dispuesto a partir en cada carro, a marcharme con cada señor de apariencia respetable que hubiera contratado un cochero, pero nadie, ni uno solo me invitó, como si se hubieran olvidado de mí, como si en realidad ¡yo fuera un extraño para ellos!

anduve entre campos y praderas sembrados sin prestar atención al cansancio, pero percibiendo tanto todo mi organismo que cierto peso desapareció de mi alma.