El Grand Continent

Los partidos que juegan con el miedo al cambio no necesitan eslóganes.

Nayib Bukele, fue reelegido triunfalmente en El Salvador, sin haber organizado un solo mitin electoral. Lo único que hizo fue colgar vídeos en las redes sociales, grabados desde su sofá, en los que instaba a los salvadoreños a votarle para que la oposición no «liberara a pandilleros y los utilizara para volver al poder».

lo que llama la atención no es tanto el carácter excepcional del clima electoral que se ha instalado en todo el mundo, sino más bien su desconcertante banalidad.

Hubo una época, es cierto, en que el periodo electoral era una fase limitada en el tiempo de la vida de una democracia. Por aquel entonces, Mario Cuomo, el gran orador y legendario gobernador demócrata del estado de Nueva York, podía afirmar que «se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa».

la campaña es un periodo de confrontación, durante el cual cualquier compromiso con el enemigo se considera traición. Es un juego de suma cero, del que solo pueden salir ganadores y perdedores.

El campo de batalla no es la realidad, sino la percepción. No cuentan los hechos, sino las opiniones. Como en la poesía, lo único que cuenta en una campaña electoral es el ritmo, donde cada palabra es performativa y todo se juega en lo inmediato.

En un sistema que funciona, el gobierno no es un juego de suma cero, sino de suma positiva, en el que la capacidad de encontrar compromisos basados en la realidad de los hechos permite alcanzar resultados que benefician al conjunto de la sociedad.

Sidney Blumenthal acuñó el término «campaña permanente» hace más de cuarenta años.

Gracias a la contribución decisiva de los nuevos medios de comunicación, ya no hay diferencia entre la emoción y el conflicto que caracterizaban a las campañas electorales y el debate democrático ordinario.

Nuestras sociedades están atrapadas en una espiral centrífuga tan frenética que los periodos electorales se han vuelto indistinguibles de la normalidad del mundo roto que habitamos