Aurora Freijo Corbeira

Es que esta madre no oye. Ha desconectado el cordón.

¿Por qué no oyen su carne?

Ninguno de los dioses retiró las manos de él cuando insistían en ella

Su padre mira a su madre, su madre mira a su hermana, los dos miran a su hermano recién nacido. Allí se paran todos los ojos. Puede quedarse dormida sobre el suelo sin que nadie lo note.

Dónde estar si no hay lugar para ella. Los lugares se han desplazado y ella, obediente, intenta ocuparlos

Bastó un gesto, un dedo, para enajenarla, para que ya no fuera ella misma. Ahora tiene el pudor de ternera desnuda. Todo sucede ya en la parte izquierda, donde el corazón.

De momento solo respira porque no puede dejar de hacerlo; hace un esfuerzo infinito para que no duela.

¿Qué sonido te envuelve los oídos que no oyes cerrarse esa puerta?

No me leas más poemas, madre.

Nos ensordecen.

Escucha: él siempre me anda buscando.

Si no reaccionas, no vas a poder rescatarme ya.

así, sentada, le llegasen los pies al suelo, cree tontamente que podría correr, ignorando que el cazador ha atado sus sesos a los suyos para toda la vida, como cordones de zapatos.

Prueba a contar el secreto, a despegar los labios, parece decirle: no hay voz ni palabra para ello.