Martín Luis Guzmán

la hora terrible de las responsabilidades

Cuando él quería, podía hacer, mandando en voz baja, que se le escuchara a distancias adonde otros no hubieran sido escuchados ni a gritos.

muy dulcemente en la forma, pero vigorosísimo en el razonamiento,

“En la vida, general —dijo—, sobre todo para el manejo de los hombres y su gobierno, la buena voluntad es lo único indispensable y útil”.

El mundo de las vírgenes de Magdalena era un paraíso con Evas y sin Adanes, al cual los Adanes podían llegar de pronto, pero siempre en días anteriores a aquel en que la malicia descubrió, para moverse y fascinar, el cuerpo de la serpiente.

Obregón había mandado pedir al Primer Jefe que se expidiera un decreto en cuya virtud quedasen inhabilitados para ocupar puestos públicos todos los jefes del movimiento armado, “porque —decía— todas las desgracias de México se deben a las desenfrenadas ambiciones de los militares”.

Se apaciguaron los ánimos, se corrigieron los conceptos y empezó el tren su carrera larga, cansada, interminable, a la vista de la grandiosa sierra azul entre cuyas anfractuosidades serpeaban las líneas blancas de los torrentes y los caminos misteriosos.

Porque junto a la Sonora meridional, Sinaloa es, aun en sus más insignificantes rancherías; el anuncio de la civilización.

En el fondo, todo se reducía a la disputa, eterna entre mexicanos, de grupos plurales dispuestos a alzarse con el poder, que es singular: predominio, en unos y otros, de las ambiciones inmediatas y egoístas sobre las grandes aspiraciones desinteresadas; equivocación que confunde el mediocre impulso a buscar el premio de una obra, con el impulso noble que ve el premio en la obra misma.

Pero una vez bajo la mirada escrutadora, Iturbe crecía rápidamente e iba dejando entrever por qué pertenecía al corto número de los que mandaban incluso cuando practicaba la obediencia.