André Glucksmann

comprenden, con una sutileza que visiblemente escapa a su esposo y maestro, que, filosófico o no, el cuento en estado puro, de entrada, sin quererlo, sin proponérselo, sin expresarlo, lleva dentro de sí una carga filosófica

Zadig? ¿Cándido? Los dos comparten el mismo amor por la verdad, los dos son «filósofos» tal como les exige la época. En el orden de la

aprendiz, «filósofo ignorante» reflexiona sobre las bajezas

Mientras que Zadig el «sabio» se reafirma a sí mismo, Cándido el «ignorante» se desengaña a todo trapo, desaprende para aprender, abre la mente por completo y comprueba cómo la experiencia recibida «a pesar de nosotros mismos» nos acerca a lo esencial. ¿Qué soy, dónde estoy, adónde voy y de dónde vengo?», la pregunta que plantea Voltaire ante el horror de Lisboa cruza cada página del fantástico relato. Cándido no está fuera del mundo, su vida interior dialoga con los sucesos de la existencia y los caprichos de la realidad.

no es dueño de nada sino del vértigo de la lucidez

Ese tonto como la vida misma», lo apoya Flaubert

Voltaire, antes que Dostoievski, impulsa la lógica de un pensamiento sistemático hacia su apoteosis nihilista.

La filosofía acepta su extrema indigencia, de ahí su extrema actualidad.

Siguiendo a Montaigne, aprende «más por lo contrario que por el ejemplo». Hombre de razón –por tanto de duda, por tanto de crítica–, lejos de las almas enredadas en los oscuros hilos de una creación primera y de un juicio final, Cándido aprende la verdad descubriendo lo falso. Tiene, sin saberlo, un pariente lejano: el pequeño esclavo de Menón.10

Reconózcanlo: este conjunto de incrédulos, eternamente descontentos de los demás y de ellos mismos, vive mejor que la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Muchos de nuestros contemporáneos, mejor abastecidos en materia divina, nos envidian. La ausencia de Dios ha permitido esbozar una existencia volteriana en la que las libertades más diversas cohabitan, es decir, una existencia tolerante. El antieuropeísmo actual, ascendente en los cuatro rincones del continen