No sé si porque te amo
adivino lo que no me dices, o sólo me lo invento.
Pero pienso que el dolor
reconoce a los de su propia especie,
a los seres que le son comunes. Los que llevan
el mismo fruto adentro de los ojos.
El dolor,
ese territorio heredado.
El peor de todos los sitios invisibles,
de los espacios inundados.
Y el desamparo, esa otra resignación.
Esa otra
manera de ver el mundo, de caber.
Sólo adivino.
Pero es que en ocasiones lavar un plato,
acomodar un cojín,
o dar de vueltas con un plumero en la mano
pueden ser maneras distintas de llorar,
de irse y de llorar.