Con la cabeza alta y gesto de profunda indignación, uno por uno los miembros de mi familia y yo nos apeamos de los taburetes de la barra, dimos media vuelta, nos dirigimos hacia la puerta y salimos del establecimiento, tranquilos y ultrajados, como si nunca hubiésemos sido Negros antes de aquello. Nadie quiso contestar a mi insistente pregunta con otra cosa que no fuera un silencio culpable. «¡Pero si no habíamos hecho nada!». ¡Aquello no era justo!