Ana María Machado

A fin de cuentas, tengo la obligación de observar cómo mi propio cuerpo cambia antes de que lo perciban los demás. Con suerte, incluso antes de que el espejo me lo muestre.

En resumen: me lleva siglos escoger la ropa, años conseguir un peinado más o menos satisfactorio, horas maquillarme para parecer de lo más natural y casi sin maquillaje, como todas las revistas aconsejan. Y, al final de toda esta tarea, cuando me miro en el espejo antes de apagar al luz y salir de la habitación, cuando tengo suerte o un día feliz, pienso que no me ha quedado todo tan mal, que puede ser que por una vez no me sienta la más desastre y horrorosa de la pandilla.

eso, en este momento, me gustaría pensar que eso también pasa en la vida normal. Que siempre podamos confiar en la eficiencia de las compañeras. Y que en los momentos más difíciles siempre aparezca una mano amiga. Como me ha pasado a mí hoy.

Y hay que añadir: una mano amiga, a veces, tiene que ser ayudada por palabras amigas. Incluso las dichas por teléfono a una madre que yo apenas conocía.

Esa chica es tan buena persona..., ¡qué pena que le afecten tanto las cosas! Así va a sufrir mucho...

Es probable que lo que más me ha ayudado a madurar y a comprender mejor esta situación haya sido el hecho de haber escrito sobre todo esto que pasó. He tenido que ordenar mis ideas, considerar mis emociones, intentar organizarlo todo. Con certeza, el hecho de escribir me ha ayudado mucho.

Tengo muchos amigos al mismo tiempo, todos muy cercanos, pero cada uno tiene una forma de ser diferente. Creo que solo puede ser así, porque no se puede querer ser dueño de las personas

. Después ella pregunta todo de nuevo. Y como yo hablaba en la regadera, no sabía desde qué momento ya no me oía; pero esta vez fue mejor.

Y lo que había en los montes ni siquiera puede contarse

Bichos pequeños, como el cuyo. Otros muy grandes, como el jaguar