Paul Pen

No existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma.

—¿Y cómo se me quitó?

—Como se quitan todos los miedos —contestó. Se levantó y se dirigió a la puerta de la habitación. Allí colocó un dedo sobre el interruptor y añadió—: Enfrentándote a él.

No existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma.

Saqué el tarro de las luciérnagas.

—Necesito que brilléis —les dije—. Necesito ver la luz de fuera.

Sostuve el tarro frente a mis ojos.

Permaneció a oscuras.

—Por favor…

Miré a la nada entre mis manos, deseando ver los rayos de sol que ellas me habían traído del mundo exterior. Aunque no fuera así en realidad. Aunque su luz no fuera más que otra luz artificial en mi vida, un montón de químicos en el abdomen de un insecto.

—Sacadme de esta oscuridad.

—No me extraña que las estrellas hayan querido irse de tu cara —le dijo.

Ella fingió una risa.

—¿Se supone que eso me tiene que hacer daño? —preguntó—. ¿Primero amenazas con pegarme y luego me dices una tontería de ese calibre?

a la oscuridad quedarán relegados quienes no estén preparados para saber qué hay más allá de su pequeño mundo.

recogió los restos del pollito que no fue

He guardado un trozo de la cáscara por si vuelve el pollito. Para que sepa dónde está su casa.

No existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma.

Empleó sus diez dedos adultos para separar los párpados de un niño.