Nadia López García

Sé que lloré desde antes de nacer,

nací llorando

Le digo a mi abuelo que me asusta la noche, prefiero el día y la luz.

Le digo a mi abuelo que me gusta sentir el pasto en mi espalda.

Le digo a mi abuelo que quisiera ser eterno como las estrellas.

Le digo a mi abuelo que me gustaría llamarme Estrella.

Mi abuelo dice que estoy loco, que soy un tonto,

los hombres no se llaman Estrella ni les gusta sentir

el pasto en sus espaldas

ni quieren ser eternos.

Somos hombres, duramos poco.

¿Qué pensaran los hipocampos

del nombre que se les ha puesto?

¿Tendrán otro nombre,

desconocido, para nombrarse entre ellos?

Te escribo desde aquí

para que sepas que fuiste como una ola

que al desaparecer se lleva todo

a su paso;

fuiste como un sol al final del ancho mar,

un sol que se apaga

en rojos y amarillos de agua

Un cuerpo puede ser una casa
abandonada, láminas de abrojos,
puertas carcomidas y polvo
de lo que fue.
Un cuerpo puede ser un coágulo
de sangre, pulmones hinchados.

Sé que papá ha llorado muchas veces sin que nadie lo advierta;

sé que le atemoriza que nos demos cuenta que tiene lágrimas

guardadas desde hace muchos años;

le avergüenza que sepamos que él siente

una enorme tristeza

por Vicente, por mí, por mamá,

pero sobre todo por él.

Por él,

que siempre debe parecer el más fuerte,

que no debe permitirse llorar a lágrima viva

ni mucho menos

decir te quiero a alguien que no sea

una mujer.

¿Y por qué a mí nunca

me ha dicho, te quiero?

Cuentan los antiguos
que alguna vez nosotros
portamos la flor de espuma

Alguna vez aquí, en mi cuerpo,
hubo un agua temprana,
verdes y amarillos flotando
en la espesura de las respiraciones
de ese hombre que olvidó mi voz
y me llamó:
Estrella.

o hay destrucciones pequeñas,
cualquier derrumbe es muerte
desparramada,
boca abierta,
herida paralela
en una sola carne.

Tus padres te pusieron Ícaro
porque cuando naciste,
vieron en tus ojos el vuelo
de un pájaro azul,
un pájaro como el fondo de una ola.