Fernanda Melchor

Munra le cagaba escuchar los detalles de las pinches transas que los chamacos del pueblo tenían con el cacho mariposón ese.

si ella misma se la pasaba echando pestes de los varones, diciendo que eran todos unos borrachos y unos huevones, unos pinches perros revolcados, unos puercos infames, y que antes muerta que dejar que cualquiera de esos culeros entrara a su casa

y las mujeres se persignaban y a veces por las noches hasta soñaban que el diablo las perseguía con la verga parada para hacerles un hijo

y las mujeres se persignaban y a veces por las noches hasta soñaban que el diablo las perseguía con la verga parada para hacerles un hijo, y se despertaban con lágrimas en los ojos y el interior de los muslos pringados y el vientre adolorido

que porque era tan buena, tan hacendosa, tan acomedida, tan tan que ya parecía campana, la hija de la chingada

¿qué mujer en su sano juicio querría irse a vivir al cuartucho ese al fondo del patio con ese chamaco cara de perro muerto de hambre?

. Que respeten el silencio muerto de aquella casa, el dolor de las desgraciadas que ahí vivieron. Eso es lo que dicen las mujeres del pueblo: que no hay tesoro ahí dentro, que no hay oro ni plata ni diamantes ni nada más que un dolor punzante que se niega a disolverse.

grandiosa y malhecha como eran los sueños de don Manolo

después de la muerte de don Manolo no volvió a conocérsele hombre alguno a la hechicera, y pues cómo, si ella misma se la pasaba echando pestes de los varones

decía que la Chica era hija del diablo, y por Dios que sí se le parecía