Nella Larsen

—Ya sabes cómo es eso. Todo el mundo está ocupado. La gente se marcha, se pierde la relación. A veces hablamos de ellos una temporada, pero poco a poco vamos olvidándolos.
—Sí, es natural —

Según Huggins, Larsen se diferenció de sus coetáneos en que estos parecían más preocupados por el contexto de sus obras que por quienes las protagonizaban

—¿No pensarás ir a verla? —preguntó.

Irene sabía que sus palabras no eran de interrogación, sino de advertencia.

Brian, cariño, no soy tan idiota como para no comprender que si un individuo me insulta solo es culpable la primera vez; la segunda lo soy yo por darle otra oportunidad. —

—Pero ¿no crees que una vez conseguido todo lo que buscan, y exponiéndose a tanto, deberían darse por satisfechos? ¿O es más lógico que tengan miedo?

—Sí —asintió Brian—, lo lógico sería que estuvieran satisfechos, pero no es así. Yo creo que viven atemorizados cuando ceden al instinto de volver atrás, aunque nunca tanto como para desistir. ¿Por qué?, solo el buen Dios lo sabe.

Es curioso lo nuestro con los que se hacen pasar por blancos. Por un lado condenamos su actitud y por otro la toleramos

toleramos. Provoca en nosotros desprecio, pero también admiración. Nos apartamos con una especie de asco y al mismo tiempo los protegemos

—¡Sandeces! No todo se explica con generalidades biológicas.

—Absolutamente todo. Fíjate en los llamados blancos, han dejado toda la tierra conocida plagada de bastardos, porque el instinto de la raza para sobrevivir y multiplicarse vale también en su caso.

Irene no estaba de acuerdo, pero había aprendido a fuerza de discusiones que era inútil enfrentarse a Brian cuando se trataba de temas en los que él se encontraba más cómodo.

De no haber sido por aquello, habría seguido mi camino sin veros a ninguno, pero algo influyó en mí, porque desde aquel día me encuentro muy sola. Tú no sabes lo que es no tener un alma con la que comunicarse de verdad —dijo casi en un quejido

Yo creo —dijo al fin— que ser madre es lo más cruel de este mundo