La contemplación terrena es una contemplación imperfecta. En medio de su quietud hay desasosiego. Este previene de que en el mismo momento se experimenta la arrebatadora infinitud del objeto y las propias fronteras. A la naturaleza de la contemplación terrena pertenece el divisar una luz, cuya claridad abismal engendra ambas cosas a la vez: dicha y ceguera.
«La contemplación no descansa hasta que encuentra el objeto de su ceguera».