Hugo Burel

ra preferible construir trabajosamente una versión decente de mi persona a seguir lamentándome como lo había hecho todo el verano.

único compromiso era con un gato y cuatro peces tropicales, a quienes había dado nombres y alimento a cambio de un discreta indiferencia ante mis depresiones.

sus ojos bien podían ser los de una persona que acababa de cometer un crimen horrendo y pese a todo lucir calmo y contenido.

Se trataba de un típico exceso de confianza o una recaída de mi depresión.

Abandoné la búsqueda y me apliqué furiosamente a ordenar el departamento. Siempre lo hacía en momentos eufóricos

soledad del lugar era perfecta para cometer una infamia, e imaginé sucesivos ataques hasta que por fin apareció la lancha.

En días de furor depresivo había avisorado siempre la salva

salvación a partir de ciertos sucesos extraordinarios que habrían de anunciármela

Me pareció reconocer «Lonesome in Memphis» y «Easy to love» en versiones de pesadilla, apropiadas para el funeral de un payaso.

Había algo despiadado y sensual en la indiferencia que le producía el gentío que se apartaba para darle paso. No era desprecio, sino una condición prescindente, un hastío muy profundo o el convencimiento de que toda esa mascarada no era un tributo a ella.