Incluso años después, a las personas traumatizadas les cuesta muchísimo contar a los demás lo que les ha sucedido. Su cuerpo revive el terror, la rabia y la impotencia, así como el impulso de luchar o de huir, pero estos sentimientos son prácticamente imposibles de articular. Por naturaleza, el trauma nos lleva al borde de la comprensión, desconectándonos del lenguaje basado en la experiencia común o en un pasado imaginable.