La idea es mostrar cómo en mi generación la belleza ha sido una herramienta política esencial, la madre de muchas otras manipulaciones y desigualdades, dice el escritor chileno. El rostro de los héroes que al principio ilustraba la portada de los manifiestos se convirtió en el manifiesto mismo. Como la cocaína o la heroína, la belleza anula nuestra voluntad, apaga nuestra independencia, nos ata a los caprichos de cualquier traficante que nos entrega por una hora o dos a la modelo translúcida.