La templanza es una de las virtudes más fundamentales para llevar una vida buena, serena y
equilibrada. A menudo subestimada en un mundo marcado por el deseo de gratificación
instantánea, esta virtud enseña a moderar los placeres, a controlar los impulsos y a vivir con
sabiduría. A lo largo de la historia del pensamiento, diversos sistemas filosóficos han
valorado la templanza, pero es en el estoicismo donde adquiere una profundidad notable, al
considerarse una herramienta esencial para alcanzar la libertad interior y la felicidad.
Vivimos en una época en la que se nos invita constantemente al consumo, al placer
inmediato y a la estimulación continua. Las redes sociales, la publicidad, el entretenimiento
y los algoritmos están diseñados para captar nuestra atención, activar nuestros deseos y
mantenernos en un estado de necesidad constante. En este contexto, la templanza aparece
como una virtud contracultural, pero profundamente liberadora.
Practicar la templanza hoy es resistirse a la sobrealimentación, al endeudamiento
innecesario, al uso compulsivo de la tecnología, al ruido permanente. Es recuperar la
capacidad de detenerse, de decir “basta”, de elegir con criterio. Es preferir la calidad sobre
la cantidad, el silencio sobre la saturación, la profundidad sobre la superficialidad.
Lejos de ser una actitud puritana o represiva, la templanza es una forma de sabiduría
práctica. Nos permite vivir con mayor atención, cuidar nuestra salud física y mental, y
cultivar relaciones más genuinas y respetuosas.
