Desde los tiempos antiguos, los pensadores estoicos como Epicteto, Séneca y Marco
Aurelio nos han transmitido una enseñanza esencial: nada de lo que acontece en el
mundo está garantizado. No hay promesas de felicidad, ni justicia asegurada, ni éxitos
predestinados. La vida, en su naturaleza impersonal y cambiante, no tiene la obligación de
cumplir nuestros deseos. La vida simplemente sucede.
Esta verdad puede parecer cruda en un primer momento, especialmente en una sociedad
que nos acostumbra a creer que "merecemos" cosas solo por existir: amor, reconocimiento,
estabilidad, placer. Pero el estoicismo nos invita a dar un paso atrás, a abandonar esa
postura infantil y egocéntrica, y a abrazar una forma de vivir más madura y consciente. La
vida no nos debe nada. Y es precisamente en esa comprensión donde nace una
gratitud auténtica, poderosa y serena.