Fuesen o no prestadas las ideas de Tolstoi (y esto lo veremos en seguida), jamás una voz semejante a la suya había resonado antes en Europa. ¿Cómo explicarnos, de otra suerte, el estremecimiento de emoción que experimentamos entonces, al escuchar esta música del alma, que esperábamos desde hacía largo tiempo y de la cual tanta necesidad teníamos? No entraba para nada la moda en nuestros sentimientos. La mayor parte de nosotros, como yo, no conocimos el libro de Eugène-Melchior de Vogüé sobre la Novela Rusa, sino después de haber leído a Tolstoi; y la admiración de Vogüé nos ha parecido demasiado pálida junto a la nuestra, porque él juzgaba, sobre todo, desde el punto de vista del literato. Mas para nosotros, poco era admirar la obra: la vivíamos, era nuestra. Nuestra por su pasión ardiente de la vida, por su juventud de corazón; nuestra por su desencanto irónico, por su clarividencia despiadada y su familiaridad con la muerte; nuestra por los ensueños de amor fraternal y de paz entre los hombres; nuestra por su requisitoria terrible contra las mentiras de la civilización. Y por su realismo, y por su misticismo. Por su vívido aliento de Naturaleza, por su sentido de las fuerzas invisibles y por su vértigo de lo infinito.
Estos libros han sido para un gran número de nosotros lo que fué "Werther" para los de su tiempo: el espejo enigmático de nuestro poder de amor y de nuestras debilidades, de nuestras esperanzas, de nuestros terrores y nuestros desalientos. No nos preocupábamos por poner en acuerdo todas estas contradicciones, ni menos por hacer entrar esta alma múltiple-en la cual resonaba el universo-dentro de las estrechas categorías religiosas o políticas, como lo hacen la mayor parte de quienes en estos últimos tiempos han hablado de Tolstoi, incapaces de apartarse de las luchas de los partidos, trayéndolo al cauce de sus propias pasiones, a los límites de sus banderías socialistas o clericales. ¡Como si nuestras banderías pudieran ser la medida de un genio! ¡Y qué me importa a mí que Tolstoi sea o no de mi partido! ¿Me ha preocupado acaso cuáles fueron los partidos de Dante y Shakespeare, para respirar su soplo de vida y beber su luz?
No digamos con estos críticos de ahora: "Hay dos Tolstoi, el de antes de la crisis y el de después de la crisis; el uno es bueno y el otro no lo es". Para nosotros no ha habido más que uno, y lo hemos amado todo entero, porque sentimos por instinto que en almas como la suya todo cabe y todo se une.
ROMAIN ROLLAND