Nuestros relojes son hijos del miedo a la muerte, algo que avanza y tañe, inexorable, la campana final. Ahora he descubierto que el tiempo también se puede medir con el olfato. En China, hasta finales del siglo XIX existieron relojes de incienso. Una antigua tradición que medía el tiempo con el aroma. Los maestros artesanos construían elegantes cofres perforados y dentro de ellos, aplicaban sobre una sutil capa de brasas un molde de metal, que grababa entre las brasas un surco en forma de figura o de alguna letra y en el canal que resultaba de ello se vertía el incienso. El resultado era una escultura en relieve que se quemaba en un tiempo proporcional a su longitud. Los relojes más refinados quemaban varias esencias, de forma que cada segmento de tiempo desprendía un aroma distinto. Un aroma que acompañaba la conversación, la lectura, las ocupaciones cotidianas y no iba marcando su pérdida, sino su cumplimiento. N